Hasta el pasado mes de septiembre, hemos tenido la oportunidad única de
visitar en el Prado lo que sin duda ha sido una exposición excepcional: "El
Bosco. La exposición del V centenario". Excepcional porque ha
supuesto la mayor concentración de obras del Bosco. La mayoría
de las piezas que se trajeron de fuera a la exposición, no se habían visto
antes en España y muchas no volverán a viajar de nuevo.
No conocemos demasiado sobre la vida de este pintor enigmático.
No hay noticias de que saliera de su ciudad natal,
ni siquiera a la próspera ciudad comercial de Amberes. Pocos
pintores suscitan en nuestra época tanta adhesión a su figura, tanta admiración
y tanta atracción como El Bosco. Sin embargo, el contexto socio
cultural en el que vive el artista Jeroen Anthonissen Van Aken, El
Bosco, es radicalmente opuesto al nuestro. Vivió entre finales del siglo XV y
comienzos del siglo XVI, una de las épocas más convulsas de la historia de
Occidente. Al Bosco se le ha considerado como un personaje anacrónico,
ya que sobrevive a una época en pleno declive, los años finales de la Edad
Media. Justo un año después de su muerte, en 1517, comienza la revolución
moderna, momento en que Martín Lutero inicia la reforma religiosa.
Pero El Bosco es todavía un pintor que se nutre de fuentes tradicionales, su estilo recogía claramente los fantasmas de
los años finales de la Edad Media, en los que la salvación tras la muerte
era una gran obsesión. En esta época, se acentúa una fascinación por
lo macabro y lo apocalíptico. En el arte, los conocidos como
"espacios marginales", es decir, los
espacios arquitectónicos periféricos, alejados de los espacios
centrales, serán el escenario de
criaturas fantásticas. Así, en las catedrales, las claves de
las bóvedas, los contrafuertes y arbotantes, los capiteles
y balaustradas serán una increíble muestra de figuras
talladas en piedra representando figuras religiosas mezcladas con gnomos,
demonios y gárgolas fantásticas. No obstante, a pesar de esta
influencia no hay una pintura igual. En la obra del Bosco existe,
sin duda esta dimensión moralista y crítica, influenciada por ese
pensamiento "gótico", pero hay también un encanto
seductor y sensual, un atractivo irresistible logrado únicamente por
su pincelada.
En España, el primer coleccionista de su pintura es
Felipe Guevara, miembro del cortejo de Carlos V, quien define el arte del Bosco
como un muy instructivo mundo de quimeras y fantasías.
Posteriormente, Felipe II atesora de forma apasionada y casi
obsesiva sus tablas, tal como podemos ver en las colecciones del
Monasterio de San Lorenzo del Escorial y del Prado. Un rey
"gótico", atormentado, en una
España también "gótica", en plena contrarreforma, en la que
las herejías se vigilaban y castigaban, profesa adoración por
El Bosco y sus demonios fantásticos. La
particular fijación del rey por el pintor flamenco es tanto más extraña cuanto
que se sabe que el artista fue un gran heterodoxo que dejó en sus
pinturas inquietantes referencias ocultas.
La pintura de este artista se encuentra plagada
de enigmas, y es que en ella el símbolo trasciende para
convertirse en pura alegoría. Con toda seguridad, para las gentes de
la época, las asociaciones simbólicas complejas del Bosco eran
más inteligibles que para nosotros. Tres son los temas que de forma
genérica destacan en las pinturas del artista: el viaje, el mundo y la
santidad. Para el viaje, el mejor referente es el "Carro de
heno". El Mundo es el tema central en el "Jardín de
las Delicias", y la santidad es motivo que representa El
Bosco en sus pinturas sobre las tentaciones. Estos tres temas están
interrelacionados: el Carro de heno está protagonizado
por el viajero, y el viaje es el del carro, metáfora del viaje de
la vida. El Jardín de las delicias, es jardín del amor y
del pecado. Las diferentes tentaciones ponen ante nuestros ojos otros
"jardines", desiertos a los que se han retirado el anacoreta y el
santo, capaces de resistir las tentaciones que en el jardín de las
delicias, satisfacen todos los deseos.
En el paraíso, un jardín, predominan el orden
y la claridad, los movimientos pausados y serenos, la monumentalidad de lo
que está próximo a la divinidad. En el lugar que es el
infierno hay multitud de personajes y acontecimientos, todo es
abigarrado, desordenado, porque el desorden es rasgo especifico de la maldad
y el pecado. Otra nota destaca: no hay risa en el paraíso, sí en
torno al carro, incluso en el infierno. La risa es rasgo propio del camino de
la vida, que es, en la pintura de El Bosco, el camino de la
muerte.
El Bosco es un pintor enigmático, como lo fue
Goya en la tradición pictórica. Los dos artistas alcanzan a
hacer "verosímiles" las criaturas de sus fantasías y
dotarlas de un hálito de vida. Ni para el Bosco ni para Goya es lo
fantástico algo descabalado, territorio de insensateces. El Carro de heno es a
la par tan real y tan fantástico como el Jardín de las delicias,
y lo mismo puede decirse de la "Boda" o
el "entierro de la sardina" de Goya.
Esa coexistencia de realidad y fantasía es lo nuevo de
El Bosco: es por ella por lo que su fantasía se diferencia de la medieval, sin
raíz alguna en el mundo de la experiencia. Por consiguiente
también vale para El Bosco aquello que Baudelaire afirmaría de Goya
en su escrito sobre la esencia de la risa: "El punto de
articulación entre lo real y lo fantástico es imposible de fijar; una
frontera vaga que no sabría trazar el más sutil de los analistas, a tal punto el arte es a
la vez trascendente y natural".
De las 25 tablas que se conservan del artista, 21 se encuentran
permanentemente en el museo del Prado. Tras la clausura de la exposición, estas
tablas pueden volver a contemplarse de nuevo en la colección permanente del
Prado, pero con una novedad: sala exclusiva dedicada al pintor, y
un montaje expositivo que singularizará más
el carácter de los trípticos al permitir contemplar tanto el anverso como el
reverso de sus laterales.